
El ingenio popular nos ha provisto de innumerables frases o latiguillos que ya se han convertido en parte de nuestro acervo cultural. Los tenemos y repetimos según el momento, demostrando una pertenencia irrefutable a un determinado sector social o a una cultura en particular.
Siempre existen, a su vez, quienes toman esas máximas populares para darles un giro distinto, sea una nueva arista analítica o un remate hilarante. Esto fue lo que tantas veces vimos en las calles, con graffitis ingeniosos que nos remiten incluso a aquella etapa del renacer democrático en el que Los Vergara inundaban las calles con su creatividad.
“Ni yanquis ni marxistas: peronistas” es una de esas frases que se dijeron, se dicen y se dirán por siempre, un poco por nostalgia de aquella época y otras veces por la inevitable tarea de enseñar historia y tratar de sintetizar la tercera posición que pretendía el General Perón. Sin lugar a dudas, es (y seguirá siendo) una de esas frases a la que también es fácil cambiarle el remate.
Algo de eso hay en una nota que Pablo Esteban Dávila escribió hace unos años en estas páginas al retratar las incongruencias del modelo kirchnerista como farsa y en contraste de la doctrina peronista -si es que existe algo que pueda ser llamado inequívocamente así-. Como título a la misma Dávila recurrió a una reversión deliciosa: “ni yanquis ni marxistas: surrealistas”.
Algunos pretenderán rastrear esa frase hasta los ‘70, tiempos de demasiada politización como para que un compañero (o un contrera) recurra a tamaña herejía. Seguramente es algo más reciente, propio de la degeneración del peronismo en un ritualismo extraño que caricaturizó la liturgia y enterró el pragmatismo. El surrealismo, como movimiento artístico, siempre busco más allá de lo que la realidad dicta, explorando con la mirada del inconsciente.
Si hay algo de lo más surreal -alguien más arriesgado podría llegar a decir, incluso, lisérgico- es la idea de reelección que recorre los pasillos por los que merodean el presidente Fernández y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof. Sólo desde los sueños se puede interpretar que hay allí candidatos potables para pelear las elecciones del 2023 desde la incertidumbre absoluta de la actualidad.
Si pensamos en el presidente, quizás la mención a la posibilidad de reelección sea para evitar vaciarlo aún más de poder. ¿Para qué podría querer un segundo mandato si la gente desconfía de que siquiera esté ejerciendo el primero? Sólo pensando en el futuro a partir del encuentro entre lo real y lo onírico Fernández se puede imaginar a sí mismo triunfando en el próximo turno electoral.
Axel Kicillof, probablemente uno de los peores gestores que ha tenido el kirchnerismo en todos los años, áreas y niveles, salvó la ropa en los feudos del conurbano peronista duro, ese territorio inexpugnable para las fuerzas no peronistas que temen incursionar por aquellos lares. Celebrando como victoria que se acortaron los números de la derrota, sólo alguien que cree que la economía marxista planificada de la Unión Soviética cayó por la falta inexistencia del Excel puede delirar en esa clave de anumerismo absoluto.
Tanto Alberto como Axel parecen no haberle sumado ni un solo voto al piso que tiene Cristina Fernández de Kirchner, sino incluso todo lo contrario. La mala performance de un peronismo que además es oficialismo es llamativa, habida cuenta de que ni siquiera manejando los hilos de la economía como para largar el “plan platita” pudieron llegar al 40% de los votos en la elección bonaerense, un escándalo para cualquier peronista.
Sólo en la mente de los que trazan inverosímiles escenarios a futuro -sin mayor respeto por los números que reflejan el cansancio popular- puede prosperar algo como ofrecer al electorado una reedición de las mediocres gestiones de los aludidos.
Fernández no manda ni siquiera en su gabinete, defendiendo con mucho esfuerzo a los pocos ministros que han sobrevivido desde que le tocó recibir los atributos presidenciales. Se ha metido en todos los escándalos posibles, desdiciéndose hasta el infinito, como si estuviese construyendo su relato siguiendo las pautas del cadáver exquisito, sin saber lo que se dijo antes y con partes desvinculadas entre sí.
Kicillof inventa palabras y conjugaciones propias de quien habla rondando por los bordes de lo onírico mientras gestiona con los bríos del perdido en el onanismo. Los dos años que lleva al frente de la provincia más compleja del país (con un tercio de la población del país) han dejado a gente disconforme en todos los rincones. Apenas si su proyecto puede sobrevivir en tierra de los Barones del conurbano, a los que como buen “aliade” confundió con Varones. Tal vez no sea la luminaria política y económica que algunos quisieron vender cuando apareció como un joven rebelde y antisistema hace más de una década.
Un peronismo que no se alinea ni con los yanquis ni con los marxistas seguro tendrá dificultades para alinear a la tropa. Mientras algunos por una parte piden discutir la riqueza -como si la agenda marxista no fuese un libro de páginas amarillentas de editorial Ateneo sino algo medianamente contemporáneo- otros siguen empecinados en lograr un acuerdo con el FMI. Podría ser una muestra del pragmatismo peronista, pero a esta altura es más una señal de la esquizofrenia en la que han entrado los compañeros que siguen sometidos a los caprichos de la vicepresidenta.
Definitivamente, las ensoñaciones reeleccionistas de Fernández y Kicillof sólo pueden ser interpretadas en clave artística y surrealista, lejanas de cualquier análisis medianamente afirmado en la realidad. Sólo alguien que intente escindirse de lo que dictan los duros y honestos números puede pensar que ese tándem de inviabilidad puede cosechar un buen resultado a la hora de revalidar sus pergaminos.
Publicado en El Diario Perfil

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