
Es como si hablaran idiomas diferentes. Alberto Fernández y Cristina Kirchner mantienen desde hace tiempo un diálogo esporádico y disfuncional, en el que uno cree haber dicho una cosa y el otro entiende algo distinto.
El miércoles volvió a pasar antes de que el Presidente se arrojara a la fiesta de la derrota en una Plaza de Mayo llena. Cuentan en su entorno que le había anticipado por teléfono a su mentora que iba a proponer una PASO en el Frente de Todos para 2023 y que ella estuvo de acuerdo. Fuentes que interactúan a diario con la vicepresidenta relatan que ella no se sintió cómoda después con las palabras y los gestos de esa tarde de efervescencia peronista.
Ni Cristina ni su hijo Máximo digerían el acto que ideó la CGT una semana atrás para sostener al Presidente, en prevención de un desastre en las urnas. Intuían lo que finalmente pasó: que se interpretaría como una suerte de revuelta del peronismo tradicional contra la hegemonía kirchnerista.
Fernández tenía en el atril machetes con las ideas fuerza que quería transmitir. Celebró la unidad oficialista, pero llamó a poner “las diferencias sobre la mesa”, inauguró la próxima campaña y se comprometió a terminar con el dedazo para elegir al próximo candidato presidencial. “Faltó que nos dijera: ‘Si quieren gobernar, armen un partido y vayan a elecciones’”, ironizó un dirigente del kirchnerismo duro que asistió a la movilización.
Cristina funda gran parte de su poder en la administración de sus silencios. El ligero repunte electoral del Frente de Todos en Buenos Aires -a costa de un fenomenal dispendio de fondos públicos- detuvo una acción directa como la de las PASO, cuando dinamitó el gabinete con una carta pública. No tiene incentivos para romper; tampoco para salir a pegarse al Presidente. Hasta ahora solo se expresó en modo ventrílocuo a través de Oscar Parrilli. La unidad por sí sola no alcanza y lo fundamental es definir un rumbo de gestión fue el mensaje.
Es un dedo en la llaga. Máximo Kirchner lo ha dicho en varias reuniones esta semana, en las que mostró su desacuerdo con “celebrar un fracaso electoral” y habló de la necesidad de corregir lo que llevó al peronismo a perder 5,1 millones de votos desde 2019. En esas charlas se habla de “la conjura de los derrotados” para retratar el intento de relanzamiento de Fernández de la mano de los gobernadores, el sindicalismo y los intendentes bonaerenses.
Mayra Mendoza y Máximo Kirchner, junto a militantes de La Cámpora, en la avenida 9 de Julio, antes de marchar el miércoles hacia la Plaza de Mayo; esperaron a que terminara de hablar Alberto FernándezPrensa Quilmes
Fueron expresiones de ese sentimiento la decisión de La Cámpora de marchar hacia la Plaza de Mayo cuando el discurso presidencial ya había terminado y el faltazo de Máximo a la cena posterior en Olivos que Fernández ofreció a los caciques del PJ del conurbano, a quienes quería agradecerles el repunte que le permitió maquillar el resultado.
En ese encuentro, donde siguió la embriaguez de un empate sobre la hora, se vislumbraron otros realineamientos en el Frente de Todos. Por ejemplo la buena sintonía entre Axel Kicillof y el Presidente. Los dos comparten la euforia del renacido. El gobernador tomó el micrófono y les prometió a los intendentes hacer lo que estuviera a su alcance para eliminar la traba legal a sus reelecciones, fundada en la ley que impulsó en 2016 María Eugenia Vidal con apoyo del entonces antikirchnerista Sergio Massa.
Kicillof entendió después del fiasco de las PASO y de la intervención de su gabinete impulsada por Máximo y Cristina Kirchner que debía dedicarle más tiempo a la rosca política. Tejió mejor diálogo con los caudillos de los suburbios y encontró en Fernández la empatía de un alma gemela. Sus choques personales con Máximo son cada vez menos disimulados.
La caída por un punto hace ilusionar a Kicillof con que otro mandato es posible en una provincia que no tiene ballottage. Necesita a los intendentes movilizados por retener el territorio y sin la tentación de pelearle el puesto. Le pidió a Sergio Berni que siga a su lado.
Para La Cámpora es un obstáculo, en su plan por sembrar de candidatos propios los municipios. “Habrá primarias para que puedan pelear”, responden desde el remozado albertismo.
Publicado en La Nacion

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